sábado, 7 de febrero de 2009

Ojos Celestes

Estuve dando vueltas por la playa, en afán de conocer nuevas personas, de veranear tranquilo con un par de amigos mientras aprovechábamos para hacer algo de negocios, intentar presentarle nuestra propuesta a algunas personas, y la vi.

Naturalmente, uno de mis amigos se acercó primero, en un intento torpe de invitarla a conversar sobre una oportunidad de negocio. Su cara de "de verdad no me interesa" me mató, me aniquiló. Les juro que esa clase de mujeres me desarman. Será que me gusta un poquito el rechazo, los retos o el masoquismo? Jaja.

El asunto es que cuando mi amigo regresó al grupo, con el rabo entre las piernas y nos dijo "Pff... está bien buena, pero es antipatiquísima", decidí no hacerme para nada el canchero, y tratar de ser yo mismo. Naturalmente cuando les dije eso a mis amigos me dijeron que estoy completamente loco. En fin.

Así que me acerco lentamente a donde ella está echada, y al acercarme, me tropiezo malaaaazo! Y ella, en un intento por gritarme por tirarle arena, me mira y al ver mi tobillo hinchándose como si se tratase de una llanta de bicicleta recién inflada, se reprime en medio del grito y me mira con cara de espanto. "Estás bien?".

Lamento decir que mi masculinidad no pudo con el dolor, así que en lugar de decir "sí, claro... no pasa nada" y mostrar mi sonrisa Kolynos tuve que aguantar el aullido que se escapaba por mi garganta. Ella me dijo, "te ayudo, espera", y me tomó del brazo, haciendo un movimiento que hizo que sus lentes de sol salgan disparados a la arena. Intenté pararme por mi mismo, y cuando levanté la mirada finalmente, me topé con dos zafiros de tamaño de monedas de 5 soles! A partir de ese momento, todo dolor fue fingido, porque no recuerdo haber sentido más que su mano en mi brazo. No sé qué cara debo de haber puesto, pero ella no dejaba de apartar la mirada y reir. Ahora que lo escribo lo recuerdo ligeramente y me averguenzo completa y absolutamente de mi falta de charm, jaja.

Me llevó a una pequeño restaurant a pocos metros de donde estábamos, y consiguió algo de hielo. Nos sentamos en una mesa que daba a la playa, mientras que examinaba la manzana roja que era ahora mi pie. Descarté cualquier lesión grave, de forma inmediata, porque no quería alarmarla, y además tenía ya experiencia con ésta clase de torceduras, así que la tranquilicé. Cuando llegó el hielo, lo apliqué suavemente a la zona, mientras ella me contaba que había bajado a la playa sola porque sus amigas todavía estaba durmiendo la mona de la noche anterior, y que normalmente bajaba hasta dentro de unas horas. Pero que ella, como andaba más blanca que queso arequipeño, había aprovechado para agarrar algo de colorcito previamente, de paso para que no se burlen de ella sus amigas.

Mientras que la conversación fluía de forma interesante, vi asomarse la cabeza de mis amigos a lo lejos, como quien intenta descifrar cómo es que un fulando cayéndose encima de una chica termina sentado en un restaurant con ella, así que en un gesto semi victorioso, me di la vuelta y la pregunté a la nueva futura señora de Moritz El Viajero, "una cervecita?".

Y la hice.

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